EL TEMOR AL LIBRE COMERCIO. Una Experiencia vivida.
Fernando Ávila Cortés
Los tratados de libre comercio (TLC) no pueden ser considerados buenos o malos en los objetivos de la política comercial de un país. Lo que en últimas es determinante son las estrategias exitosas que se logren configurar alrededor de los esos objetivos, las cuales desencadenan grandes retos, especialmente para la transformación de la estructura productiva de los país con menor desarrollo. De ahí que al momento de evaluar el alcance o impacto de los TLC, el eje central no es si la desgravación arancelaria, de doble vía entre los países firmantes de un tratado, llevó o no una balanza comercial positiva, sino establecer si las políticas que se adoptaron para su implementación han permitido mejorar las condiciones de competitividad en cada renglón productivo, y si la plataforma exportadora o la infraestructura para la producción ha recibido los cambios requeridos.
Lo relativamente más fácil en la negociación de los TLC es lo aduanero, en cuanto tiene que ver con partidas arancelarias, tasas de arancel, periodos de desgravación, periodos de gracia, niveles de activación de las salvaguardias y contingentes de importación, todo esto enmarcado en un periodo objetivo o periodo meta, en el cual dichos asuntos y otros entran en el cronograma o cronogramas. En cambio, lo más complejo, y así ha sido, es la construcción de la agenda-país postratado, todo un plan de desarrollo con una connotación de política de Estado que comprometa a varios gobiernos.
Los ejercicios previos al cierre de la negociación del TLC con Estados Unidos, llevaron a la construcción de una juiciosa y profunda “Agenda Interna”, en la cual no quedó ningún elemento por explorar o asunto por incluir: se identificaron los factores estructurales, desde la infraestructura hasta los cambios en la operación de la administración pública, particularmente de las entidades responsables del desarrollo, crecimiento y competitividad del país. Fue todo un ejercicio de introspección, por medio del cual se identificaban las grandes causas del atraso económico de Colombia, muchas imputables a un modelo de desarrollo que se había agotado: el de la economía altamente protegida.
El anterior modelo de desarrollo de economía cerrada, que aplicó Colombia hasta 1990, disponía de toda una arquitectura de operación funcional. Al final, el país tomó la decisión de experimentar con un nuevo modelo de economía más abierta, pero su implementación no avanzó lo suficiente, al punto que hoy, comienzos de la segundad década del 2000, muchos de los problemas y las soluciones siguen siendo los mismos que se identificaron hace más de diez años.
Los retos que implica el cambio de modelo de desarrollo (de una economía cerrada a una abierta), impactan el estado de confort de los operadores del mercado, particularmente el de los productores. En el modelo cerrado, existe una menor preocupación por los costos de producción, puesto que si los compradores de un bien o servicio solo tienen proveedores internos, pues simplemente se tienen acoger al precio de oferta; al tiempo, los productores pueden gestionar beneficios directos de la política pública para mejorar el ingreso, sin necesidad de profundizar mayor cosa en el mejoramiento de la productividad. Por su parte, en el caso de una economía abierta, el nombre del juego es la competitividad, es decir, que la fuente de rentabilidad está orientada a maximizar la producción al menor costo posible, mediante la aplicación de todo lo que esté al alcance, particularmente la tecnología. El resto es sobrevivir y mantenerse en el mercado. Esto como una teoría general, que tiene sus excepciones.